John Gibson, el CEO de la empresa de videojuegos TripWire Interactive, fue expulsado de su compañía tras celebrar en redes sociales la nueva legislación sobre el aborto en Texas. Su caso, junto al de tantos otros, revela una de las consecuencias más palpables de la llamada “cultura de la cancelación”.
Cuando John Gibson escribió en Twitter que estaba “orgulloso” de cómo se había aprobado en Texas la ley que prohíbe el aborto desde que se escucha el latido del bebé, no imaginaba lo que vendría después. “Maldito loco”, “Ya puedes dejar de seguirme” u “Odias a las mujeres” son algunas de las miles de respuestas que tuvo el mensaje de este empresario estadounidense, CEO de la compañía de videojuegos TripWire, responsables de títulos como Killing Floor o Maneater.
En su tuit, Gibson apuntaba que sintió “que era importante dar la cara como desarrollador de videojuegos pro-vida”. El mensaje se publicó el 4 de septiembre, y la avalancha de críticas no tardó en aparecer, salpicando también a la empresa. Una de las compañías afiliadas a TripWire, Shipwright Studios, anunció rápidamente que cancelaba todos los contratos entre ambas por las declaraciones de Gibson.
Apenas dos días después del mensaje, el CEO se veía obligado a dejar su empresa, compañía que co-fundó en 2005 y en la que había trabajado desde entonces. TripWire emitió un pronto comunicado pidiendo perdón y comprometiéndose “a fomentar un entorno más positivo”.
La expulsión de John Gibson no es el único caso en el que alguien ha sido forzado a dejar su trabajo por levantar polvareda a causa de sus ideas en contra de la norma social. Sin salir del sector de los videojuegos, por ejemplo, encontramos el caso de Scott Cawthon, el creador de la popular serie Five Night’s at Freddy’s, quien anunció en junio que se retiraba después de que se levantara una fuerte controversia a su alrededor.
¿El motivo del incendio? Se hizo público que Cawthon había donado dinero para campañas de políticos republicanos, como Donald Trump. En el mensaje que publicó como respuesta a la campaña de cancelación que sufrió, escribía: “Fui trending topic en Twitter por homófobo, me atacaron online, amenazaron con venir a mi casa, (…) todo por ejercer mi derecho, y mi deber, de votar y dar apoyo a los candidatos que pienso que pueden dirigir mejor el país, para todo el mundo. Es algo por lo que no voy a pedir perdón. (…) Soy republicano, soy cristiano, soy pro-vida, creo en Dios. También creo en la igualdad, en la ciencia y en el sentido común”.
Gibson y Cawthon son dos ejemplos muy recientes de un fenómeno que llama la atención de público y expertos. El autor del libro Kindly Inquisitors. The New Attacks on Free Thought, Jonathan Rauch, señala en el portal Welcome the the jungle que “la vida profesional es el punto débil de la cultura moderna de la libertad de expresión”, y se muestra sorprendido por lo habitual que es la cancelación.
Rauch añade que cuando las empresas se enfrentan a un gran número de gente que demanda a la firma o que amenaza con boicotearles por tener un empleado “racista, homófobo, sexista o lo que sea”, es “más sencillo” para la compañía resolver el problema deshaciéndose del empleado.
Aunque sigue vigente en buena parte, Rauch escribió su libro hace veinte años. No obstante, Daniel Gascón señala en la revista de filosofía Ethic que uno de los factores contemporáneos del problema es el efecto de las redes sociales. “Todo el mundo está en el mismo lugar y todo el mundo se ve. Pueden anularte por algo que dices ahora o por algo que dijiste hace tiempo. Puede pasarte si eres conocido o si no eres nadie”, destaca. El autor señala también que hay “un elemento de arbitrariedad”: el mismo comportamiento puede pasar inadvertido o provocar un escándalo. “Además -concluye Gascón-, lo que es aceptable y lo que no lo es cambia rápidamente, con el mismo ímpetu que inconsistencia”.