Las guías de bias-free language más extendidas a nivel internacional, como las recomendaciones APA, censuran el uso de ciertos términos relacionados con la maternidad por ser discriminatorios. ¿Por qué la lengua es una de las puntas de lanza más insistentes en el campo de la corrección política?
Cuando la Universidad de New Hampshire publicó en 2015 una “Guía de lenguaje imparcial”, muchos se llevaron las manos a la cabeza. El debate sobre este texto, que censuraba términos como “maternidad” o “paternidad”, llevó al presidente del centro educativo a distanciarse del documento: “La única política sobre expresión de la universidad es que está es libre en nuestros campuses”, decía entonces, según recoge The Guardian.
Hoy en día, no obstante, este tipo de directivas ya no sorprenden. Un ejemplo son las recomendaciones de la American Psychological Association (APA) -el estilo que se utiliza en la mayoría de trabajos académicos- destacan que es “esencial” usar un lenguaje específico al tratar asuntos de sexo y género. En esta línea, la APA propone usar “otro sexo” en lugar de “sexo opuesto”, o “crianza“ como sustituto de “maternidad“.
Encontramos muchos ejemplos de este tipo de propuestas. En 2015, el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad publicaba un documento que recogía hasta 120 guías de lenguaje “no sexista”, e instituciones como la ONU o la Unión Europea (UE) cuentan con sus propias directivas para un lenguaje neutral o “gender-inclusive”.
Frente a este aluvión de publicaciones que abordan la cuestión, cabe preguntarse: ¿por qué? “El lenguaje refleja las actitudes, comportamientos y normas en una sociedad, y da forma a las actitudes de las personas acerca de qué es normal y aceptable”, se detalla en la propia introducción de la Toolkit on Gender-sensitive Communication, publicada por el Instituto Europeo para la Igualdad de Género, una entidad ligada a la UE.
El filósofo Higinio Marín profundizaba en esta idea durante su intervención en las XI Jornadas Católicos y Vida Pública de Alicante: “Quien altera el lenguaje, altera lo que se puede pensar. Quien altera lo que se piensa, altera lo que se siente. Y quien altera lo que se puede decir, pensar y sentir, modifica el deseo”. Para Marín, “los cambios en el idioma, como el nosotros, nosotras, nosotres son los primeros marines de la corrección política».
Otro ángulo se desprende del manifiesto con el que concluía el reciente 23º Congreso Católicos y Vida Pública, centrado en analizar el fenómeno de la corrección política: “Es esencial respetar el propio lenguaje, sin imposición de eufemismos o de neo-lenguas que, como “cartas marcadas”, vician el debate público”. Los firmantes destacan que “la imposición total o parcial de un lenguaje inclusivo, o de fórmulas lingüísticas políticamente correctas, implica una exclusión hacia aquellos que, defendiendo la dignidad de toda persona, no están obligados a asumir determinadas expresiones lingüísticas o la ideología que hay detrás”.