Desde Barack Obama a la autora de ‘El cuento de la criada’, Margaret Atwood, cada vez son más quienes, incluso desde la izquierda, critican el acoso masivo a las voces discordantes.
“Hablando con mis hijas, pienso mucho en los peligros de la cultura de la cancelación y en si vamos a estar simplemente condenando a la gente todo el tiempo”. Esta preocupación sobre los excesos maniqueos hacia quienes expresan opiniones fuera de lo políticamente correcto no viene por parte de las voces habituales, sino de alguien tan poco sospechoso de comulgar con la derecha política como Barack Obama.
El ex presidente estadounidense hizo estas declaraciones en junio de 2021, en una entrevista en la CNN con el periodista Anderson Cooper, pero no es -ni mucho menos- el único exponente de esta preocupación desde la izquierda. Otro ejemplo notable es la escritora Chimamanda Ngozi Adichie, quien publicaba ese mismo mes una larga reflexión en su página web acerca del fenómeno. “Lo que importa hoy en las redes sociales no es la bondad, sino la apariencia de bondad. La presunción de buena fe ha muerto”, escribía la autora de Todos deberíamos ser feministas.
Un año antes, en julio de 2020, ocupaba titulares un manifiesto publicado en la revista Harper’s, firmado por unos 150 intelectuales y artistas preocupados “por la intolerancia hacia las perspectivas opuestas, la moda de la humillación pública y el ostracismo”. Entre sus firmantes destacan nombres como el del filósofo Noam Chomsky, la activista feminista Gloria Steinem o la escritora Margaret Atwood, autora de la novela superventas El cuento de la criada, cuya estética fue apropiada por el movimiento feminista a raíz de su adaptación para televisión.
«El libre intercambio de información e ideas, que son el sustento vital de una sociedad liberal, está cada día volviéndose más estrecho”, continúa la carta. Según recoge el portal estadounidense Vox, la idea inicial del manifiesto nació de una idea heredera del filósofo John Stuart Mill, quien en en su obra Sobre la libertad advierte “de una tiranía social más formidable que muchos tipos de opresión política”, que penetra profundamente en los detalles de la vida cotidiana.
Conviene apuntar, con todo, que las críticas desde la izquierda a la cultura de la cancelación tienen matices distintos a las que se esgrimen desde posturas más conservadoras. Tanto en el caso del ex presidente de EEUU como en la carta de Harper’s sí se celebra la voluntad de transformar la sociedad en base a ideales antirracistas o de igualdad de género, pero se critica que el efecto conseguido con las cancelaciones suele ser el opuesto al buscado.
En resumen, se suele señalar que estas prácticas no producen cambios reales para la sociedad -aunque pueden arruinar de forma muy real la vida del cancelado- y generan un clima de híper-vigilancia e intolerancia. “Lo que suele empezar como una crítica bienintencionada y necesaria desemboca demasiado rápido en muestras brutales de castigo público”, resume la activista Ruby Hamad.
En este sentido, resulta útil el análisis que realiza la investigadora británica Helen Pluckrose, fundadora de una plataforma de asesoramiento frente a lo políticamente correcto, Counterweight. La académica apunta en The Daily Mail que tanto ella como su organización coinciden en que es importante luchar contra el racismo y la discriminación, pero que hay que entender que la única vía de hacerlo no son las teorías críticas de justicia social, “coloquialmente conocidas como lo woke”, señala.
Pluckrose apunta que un liberal, un conservador y un musulmán pueden compartir la idea de que el racismo está mal: “el primero lo pensará porque cree que todas las personas han de ser tratadas como individuos; el segundo, porque la responsabilidad individual es importante, y el tercero, porque todos somos hijos de Dios”. Y añade que ninguno de ellos “debería fingir que cree que el racismo es un sistema particular de poder y privilegio que se manifiesta en la blanquitud, que permea inconscientemente todos los niveles de la sociedad y que se ha de extirpar usando una teoría particular desarrollada en EEUU”.